dimarts, 27 de maig del 2014

Mi Estado es La Puya y mi presidenta se llama Martina - Gabriela Carrera

Mi Estado es La Puya y mi presidenta se llama Martina
Gabriela Carrera

El estado de Guatemala está en plena contradicción, y en total cuestionamiento. Es un Estado saqueado por una suma de gobiernos que llegan a vender al mejor postor lo que no es de ellos, sino de todos. Sacan ganancia, y nada más importa.
Lunes 26 de Mayo de 2014
Desconozco al Estado cobarde y criminal del general Otto Pérez Molina y del teniente coronel Mauricio López Bonilla, jamás retirados de un ejército que regresó desde hace ya algunos años a ser Estado y a ser gobierno.
Ante este estado de violencia, de represión, de intimidación y todas aquellas características propias de un Estado de dictadura, está la gente que cree en lo que este Estado debiera de hacer, porque ya nadie cree en este, nadie cree en el gobierno de hoy que dijo hacer de este Estado, otro.
El viernes 23 de mayo, a las afueras de San José del Golfo, un hombre de civil nos para, nos dice que desde ahí el camino es por “cuenta y riesgo de cada quién”, detrás de él un picop con las placas tapadas. Caminamos más de tres kilómetros, a nuestro costado había radiopatrullas, policías en las palanganas de los carros, sentados, durmiendo algunos. Son más de 70 radiopatrullas y 20 buses. Al llegar donde hace algunos meses estábamos celebrando la misa de alegría por esos dos años de resistencia, están los policías, sentados, esperando; todo está en desorden, alrededor de ellos, la basura de una mala bolsa de almuerzo –una lata de frijol y algo de tomar–, nos miraban. Han pasado dos horas ya de haber lanzado con saña gases lacrimógenos a ancianos, mujeres, niños, pero el aire está tan cargado que comenzamos inmediatamente a llorar. Al fondo los comunitarios, y frente a ellos los antimotines que han barrido con todo. Veo a uno recoger el casquillo de una bala de escopeta.
“A más represión, más resistencia pacífica”, dicen las mujeres de La Puya. Siguen ahí, de pie, rezando, cantando, pidiendo que los dejen defender su tierra, su agua. Las intimidan, se comen su comida, les botan el agua que llega para los comunitarios. Hoy no tienen el mismo lugar para guardarse del sol o la lluvia, se los han quitado. Pero ellas improvisan un nuevo lugar para resistir. Desde ahí dan las gracias a las muestras de cariño y solidaridad de muchos, y devuelven ese cariño ofreciendo de lo que ellos comen, pero también ofreciendo el corazón que los mueve a todos ellos a mantenerse en ese suelo que alguien, con razón, llamó sagrado. Los hombres ayudan con la comida, otros se sientan y comienzan a cantar, porque la lucha que tiene mucho de humanidad, tiene mucho de alegría. Ahí están los heridos, “listos para la agarrada que viene”, dice un hombre de la comunidad.
Desconozco al Estado cobarde y criminal del general Otto Pérez Molina y del teniente coronel Mauricio López Bonilla, jamás retirados de un ejército que regresó desde hace ya algunos años a ser Estado y a ser gobierno. Yo soy apátrida del proyecto que dice ser de país y es de pagar cuentas pendientes de favores anteriores, yo no soy ciudadana de ese Estado que se atreve a golpear, a saquear, a robar los bienes de una comunidad. Ese Estado que no sirve para la comunidad, se lo dejo al gobierno porque es tal para cual.

Mi Estado se llama La Puya. No debe nada a nadie, sabe defender lo que es suyo, mantiene la frente muy alto, no se rinde, no se vende. El Estado al que pertenezco sabe organizarse para resistir, el Estado del que me siento orgullosa cuida a los suyos, contagia solidaridad, valentía. Sabe lo que significa el bien común y la repartición de la riqueza. Sabe que la violencia no lleva a nada y  no cree en ella. Lo suyo no es la intimidación, si no es la intimidación que nace de quien es honesto. Mi presidenta se llama Martina, es una mujer mayor que ha estado ahí desde el inicio. Puede ser ella, o cualquier otra mujer que hoy, mientras usted está leyendo esto sigue ahí, de pie, defendiendo su vida y la de muchos otros. 

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